Estas elecciones marcaron un contraste muy fuerte entre la política pura y la virtual. Muchos creyeron que la irrupción de Gran Cuñado iba a influir directamente en las elecciones y otros que la iba a degradar de una forma irrecuperable. Ni lo uno ni lo otro. Efectivamente sirvió para que candidatos emergentes lograran una popularidad que sólo una campaña de años lo podría lograr.
jorgerial@primiciasya.comEl caso más emblemático fue el de Francisco de Narváez, político que hasta hace poco más de tres meses era reconocido sólo como un empresario y sus ambicione eran tomadas con sorna por la aristocracia de la política nacional. Su habilidad para aceptar la primera invitación de Marcelo Tinelli logró que su imagen se catapultara a la estratosfera. Su “Votame... votate” y sus rasgos de concheto simpático lo elevaron a la categoría de estrella mediática.
En sus actos la mayoría de la gente se acercaba para encontrar las similitudes y errores con su doble. Y él le sacó provecho como pocos. Pero a no engañarse. Su gran jefe de campaña fue el propio Néstor Kirchner que le dio entidad de opositor único desde las impresentables denuncias en la justicia y en su empecinamiento en atacarlo como el enemigo a vencer.
Entre la tele y la trastada del contrario, el colorado se convirtió en el líder de la Provincia. Pero al propio Néstor Kirchner la mano de lavandina que le echó Gran Cuñado no le sirvió ni para el tiro del final. La gente compró al personaje pero no a la persona. Sus histerias a la hora de presentarse o no en el programa fue un golpe de efecto para Gran Cuñado que recuperó el rating perdido pero hirió de muerte en la credibilidad del presidente.
Esta vez el que tuvo miedo fue él. Pero también creyó, como muchos, que sólo con esa llamada telefónica y la bravuconada del discurso ganador le había servido para acortar una distancia que, para ese entonces, se avizoraba.
Cuentan que el viernes por la mañana, un exultante Kirchner llamó a uno de los colaboradores más cercanos de Tinelli y le dijo “Si ya tenía una ventaja de 800 mil votos con lo de ayer ya tengo un millón doscientos”. Como durante toda su campaña, sus cálculos fueron erróneos. Era demasiado tarde para el milagro televisivo de Tinelli.
Ni el ni Larry De Clay mostrando impúdicamente la boletita lograron el objetivo. Tampoco a Pino Solanas le hizo falta ni siquiera aparecer en la parodia televisiva. Ni en la afiebrada mente de los productores se cruzó en algún momento colocarlo dentro de la casa. Prefirieron a otros menos atractivos y tan poco conocidos como Alicia Kichner. No tuvo personaje, no fue a bailar pero se convirtió en el boom de estas elecciones.
Aquí la militancia, la historia y la habilidad del cineasta a la hora de debatir lo pusieron en un lugar donde la bendita televisión no tuvo absolutamente nada que ver. Lo mismo que Lilita, primera eliminada de Gran Cuñado y resistente como pocas a cada una de las invitaciones de sus productores. Parecía que su agrio trato con esa parte humorística le iba a jugar en contra. Encima ninguna de sus compañeros, como Margarita Stolbizer o Ricardo Alfonsín, figuraron entre las mascaras elegidas. No hizo falta. Tampoco la lógica de que todo se define en la pantalla chica sirvió en este caso.
Seguramente la influencia de la creación de Marcelo Tinelli sí tuvo una presencia importante en los jóvenes que estrenaban voto este domingo. Ellos sí se dejaron seducir por los bailes de Francisco, la guitarreada de Gabriela, el canto de Mauricio o los chistes de Luis. Una manera extraña de acercarse a la política, pero hoy la nueva militancia se hace con el control remoto en la mano.
Finalmente Gran Cuñado sirvió para torturar, casi como un acto de justicia popular, a Cristina. El televidente nominaba sistemáticamente – hasta que para el ciclo se hacía engorroso dividir a Martin Bossi en dos- a la presidente y salvaba al personaje, en una crueldad televisiva que hasta causaba gracia.
Gran Cuñado tuvo influencia hasta en el parco Reutemann, quien tuvo que torcer el brazo e ir al ciclo porque en Santa Fe su derrota era segura. Debió guardarse sus críticas al programa cuando aseguraba que se aburría con su imitador. Pero a la hora de contar votos, hasta el eterno segundón del automovilismo tuvo que entregar su último rasgo de dignidad en pos del votito salvador.
Rara mezcla la de esta elección. Por un lado la sombra enorme de Gran Cuñado como el gran titiritero de los resultados. Pero por el otro el triunfo de la vieja militancia y de la política de recorrer pueblo por pueblo y de anteponer las ideas por sobre la imagen. Las dos ganaron y con eso se logró un notable equilibrio para demostrar que el pueblo se puede reír con Tinelli pero que a la hora de votar sólo su conciencia le marca el camino. Por eso volvemos a renovar las esperanzas en un nuevo país.