La farándula patas para arriba
Son bichos raros los integrantes de nuestra farándula de cabotaje. Los bobos parecen inteligentes y a los vivos se los comen los piojos. Los que recién empiezan se jactan de una carrera plagada de tapas, fotos y escándalos pero ningún éxito para recordar. Los que tienen trayectoria y laureles suficientes tienen que recordarlos como si fuera una pieza de museo irreconocible para las nuevas generaciones de artistas.
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Norma Pons dio un ejemplo claro de este guiso, a veces incomible en que se convirtió nuestro mundo del espectáculo. A sus sesenta y seis años decidió desnudarse y mostrar con dignidad las arrugas de una vida bien vivida. Esa desnudez que, pasado el primer segundo de asombro y murmullo, sirve para poner el ojo en una actriz que pasó con paciencia por todas las etapas para ser lo que es hoy.
Fue vedette y después actriz multipremiada. Canta y baila cuando así pinta la situación. Es tan buena en comedia como en drama. Pero esa transición no fue de un día para el otro. Hace cinco décadas que le saca polvo a los escenarios, con éxitos y fracasos. Con épocas donde comía faisán y otras donde se deglutía las plumas.
Nació y creció en una época donde aún no se habían impreso las estampitas de San Tinelli o los programas de espectáculos eran una rareza. Donde Internet estaba solamente en la cabeza de su inventor y los teléfonos se usaban para hacer llamadas y no bajar fotos y mensajes eróticos de cualquier tilinga que logre hilar dos frases seguidas.
Solita con su alma fue armando su carrera sin escándalos. Sin pelearse por un camarín. Sin creerse la dueña del mundo. En un silencio que hablaba a gritos. A diferencia de los gritos que lastiman los oídos y sensibilidades de una nueva generación de aspirantes a artistas que con un año de lágrimas, histeriqueos y gritos lograron imponerse en un ambiente de fama fácil y cómoda.
Mientras charlar con la Pons es un placer, hacerlo con alguna como Silvina Escudero se convirtió en una gimnasia mental para lograr no mandarla al diablo con la sencillez que te dio el barrio. Ganó un concurso de baile y lo transformó en un premio María Guerrero. Hablar con ella es subirse a un tobogán donde se pasa de Simón de Beauvoir a Zulma Lobato sin solución de continuidad.
Los que viven de estas nuevas estrellitas con horizonte de estrelladas son los que arman ese submundo de fantasía que para nosotros, simples mortales que no logramos ganarle a… Ricardo Fort, nos parece de un vacío que mueve a risa. Horas y horas de pantalla les regalamos para que después sientan que entre ellos y el cielo no hay nada más que un paso. Pero su vida cambió para siempre trastabillando y peleándose en lo de Tinelli.
Nada. No ganaron un premio, no encabezaron un éxito, son parte de una masa irreconocible de bailarines y proyectos de comediantes que se suben a un escenario en un despliegue de culos pero no de talentos.
Tómense un minuto para ver y escuchar a Norma Pons. Si son inteligentes, estas nuevas hijas putativas de la televisión, se darán cuenta que su fama depende del nervioso dedito de los espectadores a la hora en que su cara sale en pantalla o decidan ir a un teatro a comprar una entrada. Que la trayectoria no es una acumulación de años de exposición y que un artista es mucho más que esa palabrita que pone un redactor apurado por un cierre y no sabe como definir a esa especie de Sea Monkeys que nacen, crecen y mueren al calorcito de los escándalos.
Larga vida a Norma Pons y todas aquellas que se ganan el mango con lo único que saben hacer: trabajar. Para los demás, la erosión lógica del tiempo y el olvido. Miren a Nazarena, sin ir más lejos. Chica del momento puede ser cualquiera. Artista, con mayúsculas, muy pocas. Y hace tiempo que no vemos nacer ninguno.