Por jorge rial:
La televisión encumbró, en los últimos años, a los delincuentes como modernos héroes.
Como una especie de Bonnie & Clyde o nuestro más criollo Bairoletto, los ladrones tienen un lugar privilegiado en la pantalla…
jorgerial@primiciasya.comLa televisión encumbró, en los últimos años, a los delincuentes como modernos héroes. Como una especie de Bonnie & Clyde o nuestro más criollo Bairoletto, los ladrones tienen un lugar privilegiado en la pantalla, casi al nivel de una celebridad televisiva.
Lejos de repudiarlos, marginarlos o, lo que es mejor, castigarlos con toda la dureza que marca la ley, esos energúmenos aparecen con absoluta impunidad contando con la gracia propia de una hiena sus habilidades delictivas.
En un país donde cada día esos forajidos se llevan vidas inocentes por los que esta exposición es de una obscenidad absoluta. Ahora no sólo la justicia corrupta los protege sino que la televisión reproduce y casi enaltece su indignidad en ciclos del más variado color.
En primer lugar “Policías en acción”, donde los ladrones son mostrados como tipos simpáticos y hasta queribles. Mientras que los uniformados son unos imbéciles que se caen, gordos irrecuperables y absolutamente inoperantes. Todo con la venía de las autoridades políticas que, seguramente, piensan lo mismo que los editores de eso panegíricos de la delincuencia.
Después “La Liga”, con algunos informes donde, desde su progresismo de póster sesentista, intenta hacernos creer que los traficantes y ladrones son simplemente un producto creado por la gente mala y equivocada que tomó la decisión equivocada de trabajar en lugar de robar. Es decir, el resto de la sociedad que mira entre azorada y morbosa la exposición mediática de los delincuentes.
Después vino “Cárceles”, espacio dedicado a los bandidos que alguna vez no dudaron en asesinar, robar o violar, hoy posen como modelos profesionales frente a una cámara. Banalizar algo que realmente es grave… es grave. Y ahora se le agregó el ciclo “Calles Salvajes” en América, donde en su primer capítulo presentó a un ladrón de autos contándonos con lujo de detalle, y en su limitado vocabulario, como se roba en la calles de la provincia, como se marcan a los “giles” y hasta narrar, como un acto normal, haberse levantado “30 lucas” en un robo.
Con la gracia de un monito de circo, el pibe chorro narró la anécdota del encuentro de dos bandas que iban a robar la misma casa. En un acto de la más absoluta democracia delictiva, uno de los grupos decidió ingresar a la de enfrente. Delincuentes pero con códigos. Si usted quiere saber cuál es la mejor hora para robar un restaurante o que lo más conveniente es afanarse un local de quiniela que un kiosco, no se pierda ninguno de estos ciclos.
Lo extraño es que lejos de denunciar a estos bandoleros, cada uno de estos programas se convierten en compinches desde su sonrisa cómplice y hasta llegar a decir, como lo hizo su conductor, “me estás tentando”, ante el hecho de robar un auto. Si alguien quiere convertirse en ladrón en cinco minutos que sintonicen estos programas porque allí tendrán el catalogo del buen ladrón. Eso sí, el COMFER está más preocupado por los culos de los programas de la tarde que por el elogio de la delincuencia.
El ministro de seguridad de la provincia, lejos de enojarse por esta degradación de la institución que nos debe defender, presta a sus funcionarios públicos para que hagan el ridículo. Después piden respeto por los policías. Si no existe desde los que mandan, como se los vas a exigir a los que viven de romper la ley. Que quede claro que ninguno es Robin Hood ni ejemplos a seguir. Que no son héroes. Que son delincuentes que la televisión intenta abuenar de una manera impúdica. Uno se cansa de verlos en pantalla como si fueran estrellas de una nueva sociedad donde la ley no importa.
Ninguna voz crítica se levanta contra estos programas. Prefieren señalar los paseos de Guido Süller con su supuesto hijo o las andanzas del Kun Agüero como un espanto televisivo. Al lado de un ladrón enseñando cómo se roba es un juego de niño. Es televisión y todo vale. Pero endiosar a los delincuentes ya es el límite. La única cámara que los tendría que tener como protagonistas son las de seguridad para después detenerlos, juzgarlos y castigarlos.
Tapando la realidad no se cambia. Pero elevándola a la categoría de pillos simpáticos, de alternativa al trabajo y la honradez es una tomadura de pelo sensacional a la gente que cada mañana se levanta con el único fin de trabajar honestamente. Pero eso no es noticia ni genera rating.