Hace unos años Telefe pagó por los derechos de transmisión de los premios una suma cercana a los 600 mil dólares. Uno paga por lo que vale. En esta nueva edición APTRA fue socia de América en las pérdidas y ganancias. Hasta tuvieron que inventar la impresentable y previsible estatuilla de platino para recaudar unos pesos.
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Un manotazo de ahogado que demuestra la decadencia imparable del sello que reúne a algunos periodistas de espectáculos, a muchos jefes de prensa y a una multitud de gacetilleros y cholulos con carne.
Sin embargo, el bendito Martín Fierro logra superar con su historia a los impresentables que lo entregan. Sigue generando expectativa entre la gente. Reuniendo a lo mejor de nuestra farándula. Sumando rating en cada emisión. Levantando polémicas y elogios. Es el premio por excelencia de nuestra farándula. Lástima APTRA. Más que el invento del platino, lo que molesta es que se deba recurrir a la votación de la gente, no solo para reunir el mango necesario para pagarles el cable a los miserables socios, sino que también para darle un poco de transparencia a unos premios que vienen cascoteados desde hace años.
¿Para qué? ¿Por qué? Son las preguntas. Sería mucho más fácil decidirse por purgar una lista de socios que están más cerca de la muerte que de la jubilación. Gente que vive sólo para este día especial. Para poner su cara en pantalla. Para tirarse en palomita frente a cada ganador con esos besos empalagosos y esos abrazos con olor a naftalina. Que viven casi como un orgasmo las semanas previas a la votación porque reciben cientos de llamados de gente importante del medio, que en otras condiciones ni siquiera levantarían el tubo para saludarlos por su cumpleaños. Gozan con la posibilidad de rosquear a favor de tal o cual. De sacar pecho por la cantidad de socios cautivos que tienen a la hora de definir la votación.
Existen por lo menos una docena de socios que, desde hace años, tienen su pequeño rebaño de seudo periodistas que endosan sus votos a cambio de algún regalito con el sello de un canal o una productora, poder entregar un premio y salir en la tele o asegurarse una parcela en algún cementerio de mala muerte. Sentirse importante por un segundo. Creer que Marcelo Tinelli los saluda porque los respeta. Que el beso de Susana es un acto de deferencia. O que el guiño de Mirtha es el boleto a la fama. Son simplemente gestos de gente que sabe que esos proyectos de periodistas solo se le acercan ese día y que alguno de sus votos lo ayudarán a quedarse con un premio. El juego de las conveniencias.
Está bien que vote la gente en una especie de Prode divertido. Pero en lugar de tomar rápidamente esa decisión para llevar algo de dinero a las flacas arcas de esa sociedad de fomento con ínfulas de Asociación, lo ideal sería abrir definitivamente los padrones, dejar que entre gente joven, con ideas nuevas y, por sobre todas las cosas, con una visión superadora de nuestra televisión.
Que no voten automáticamente por lo conocido porque, a la hora de recibir las listas, no conocen la gran mayoría de los ciclos. Su mirada apenas abarca a los de siempre: Tinelli, Mirtha, Susana y todo lo que tenga las pelotitas o el solcito. Este año hicieron una excepción con precio en el orillo con la cantidad de premios que recibió Canal 7. Estaría bien con periodistas de verdad. Pero todo sonó más a la conveniencia de subirse a la ola de oficialismo que se genero a partir de la pelea del gobierno con Clarín. Y de paso intentar rascar algún subsidio para seguir manteniendo los sueldos de algunos inútiles en la sede de APTRA.
Mientras no haya cambios profundos, el barniz de la votación popular es apenas un zurcido sin sentido. El mayor enemigo del Martín Fierro no es el patético Trece de oro o, como se lo llama oficialmente, los premios Clarín. No. El enemigo está dentro de APTRA. Una institución que apenas es un sello y que no tiene ningún peso en los medios. Ni individual ni colectivamente. Es una lástima que la voz de los periodistas de espectáculos no pueda ser escuchada, por ejemplo, en el debate de la esperada y necesaria reforma de ley de radiodifusión. Es que a nadie se le ocurriría pedirles opinión a colegas cuya mejor idea es cortar camino para llegar al canapé o sacarse una foto con la estrella del momento.
La vida de Aptra se concentra pura y exclusivamente en la entrega de las estatuillas. Decir esto es gritar en el desierto. Pero alguna vez las jóvenes camadas de periodistas se daran cuenta de la importancia del Martín Fierro y de la transformacion que necesita APTRA. Tal vez allí comience el necesario cambio que corra a los gerontes que siguen rosqueando, canjeando sus votos y ensuciando cada transmisión con su ataques esperpénticos de cholulismo. El premio sigue siendo genial, el mejor de todos y el más esperado. Lástima APTRA.
fuente: primiciasya.com
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